Después de cinco años consecutivos de caída, el consumo de tabaco en España alcanzó a finales del año 2013 un mínimo histórico. Según datos del Comisionado para el Mercado de los Tabacos, entre enero y noviembre del año pasado la venta de cajetillas de tabaco se cifró en casi 2.200 millones, un 11,6 por ciento menos respecto a los datos de 2012, alrededor de la mitad respecto a los números que ostentaba la industria tabacalera hace un lustro -todavía indemne prácticamente frente a los efectos de la por entonces incipiente crisis económica- y el peor registro desde 1989, año en el que dicha entidad comenzó a elaborar estas estadísticas de comercio. Un balance nefasto que, además, despierta pronósticos poco halagüeños en lo que respecta al entrante 2014, en el que las previsiones se trazan a la baja, a pesar de la presencia de repuntes en la compra de tabaco de liar -7,4 por ciento de la cuota de mercado, unos 6,45 millones de kilos-, incentivada por su menor precio.
Entre las razones esgrimidas por el sector tabacalero, se encuentran los efectos de la ley antitabaco vigente -en vigor desde enero de 2011 y que a grandes rasgos prohíbe fumar en espacios cerrados de uso colectivo y en espacios abiertos incluidos en el recinto de centros educativos y sanitarios-, a lo que se suma además la de la adquisición cada vez más común por parte de los fumadores de tabaco ilegal, importado de manera irregular desde regiones limítrofes como Marruecos y Gibraltar, contrabandeado en grandes paquetes desde China o incluso elaborado dentro del territorio de la península y posteriormente vendido como falsificación. Este consumo ilegal tiene como consecuencia al mismo tiempo que el Estado deje de percibir un cuantioso porcentaje de los ingresos derivados de la industria tabacalera.
Un tercer motivo de queja es el incremento del consumo del cigarrillo electrónico, amparado por un vacío legal que no impide su uso en lugares vetados para el cigarrillo de toda la vida. Su venta, que ha generado cerca de 500 millones de euros en el territorio de la Unión Europea y que alcanza los 2.000 millonesen el mercado global, ha supuesto por otro lado un contratiempo en la facturación del tabaco tradicional; cuya venta comporta en principio una ganancia menor pero en cambio se encuentra sostenida en el tiempo, con sus consiguientes beneficios a largo plazo.
Los cigarrillos electrónicos: secretos de un éxito
El cigarrillo electrónico o ‘e-cig’ consiste en un dispositivo compuesto por dos piezas: una batería y un cartucho. Dentro de este último es donde se encuentra una resistencia que, activada por medio de la batería, calienta el líquido contenido en su interior, el cual produce el vapor que inhala el usuario. De ahí que el término empleado para denominar esta actividad no sea fumar, sino ‘vapear’. Suelen comerciarse en packs de dos dispositivos, con el fin de que el cliente pueda alternar el uso de las dos baterías, dotadas de una autonomía estimada de tres horas y recargables a través de la corriente eléctrica o enchufándolas a un puerto USB.
El cigarrillo electrónico no ofrece una terapia para dejar de fumar. Es cierto que su consumo es menos perjudicial que el del tabaco convencional y que reduce las afecciones de salud atribuidas al tabaquismo, pero aun así la nicotina está presente entre sus componentes químicos. De hecho, aunque todavía no existen estudios médicos que analicen en profundidad los efectos de los cigarrillos electrónicos, agrupaciones como la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) advierten que contienen trazas de sustancias idénticas a las del cigarro tradicional y recalcan que sus efectos sobre los pulmones son, a corto plazo, muy similares a los ejercidos por los anteriores.
Sin embargo, casi por encima de cuestiones de salud, la principal ventaja que ha elevado la popularidad del cigarrillo electrónico responde a una premisa económica. Cada dispositivo tiene un precio que oscila entre los 20 euros y los 45 euros, mientras que cada recarga de líquido, cantidad suficiente para una semana de vaporizado, cuestan de media 4,5 euros.
La variedad de modelos demanda una elección meditada, si bien la mayor diferencia reside en la discriminación entre cigarrillos electrónicos de un solo uso y cigarrillos electrónicos recargables. En el primer caso, prototipos más antiguos disponibles desde tiempo atrás, poseen el inconveniente de que haya que comprar uno nuevo cada vez que se agota su depósito de líquido, al mismo tiempo que la intensidad de su sabor es menos pronunciada. Los ‘e-cig’ recargables poseen unas cuantas subcategorías en función de su precio, disponibilidad en tiendas, calidad de filtrado y variedad de recargas. Los cartuchos de líquido o claromizadores también ofrecen diferencias en su versatilidad y su capacidad de carga, con los formatos de 10 y 30 mililitros como opciones más habituales. Su duración puede cifrarse, según el fumador, entre los cinco días y las dos semanas, respectivamente.
Por descontado, en los concentrados a inhalar es donde se halla la oferta más amplia, dotados de una porción de nicotina que queda a elección del cliente y abarca desde los líquidos libres de nicotina hasta los claromizadores de 6, 8, 12, 16 y 18 miligramos. La creación del sabor se basa en la combinación de sustancias como el propilenglicol y la glicerina vegetal -empleados en la industria alimentaria y farmacéutica-, agua destilada y saborizantes alimentarios. La gama de sabores comprende desde la imitación de marcas cigarrillos convencionales hasta frutas, menta, bebidas o alimentos.